Tras el alzamiento en Marruecos el 17 de julio de 1936, en Barcelona,
convertida en un hervidero, la CNT dio la consigna revolucionaria. Los
militantes del sindicato de Transportes se apoderaron de las armas que había en
los barcos anclados en el puerto. La Generalitat quiso evitarlo, pero estando
desbordada por los acontecimientos no pudo lograrlo. La CNT procedió a requisar
ese mismo día los medios de transporte y los principales edificios públicos.
Conseguir armamento. Ese era el gran problema. Cada miembro del grupo
poseía una pistola. Como armas largas, los Winchesters recogidos por Sanz y la
brigada de alcantarillas del municipio de entre los que habían tirado los
fugitivos escamots aquel día de octubre en que se acreditaron como no aptos
para llevar armas. De dichos Winchesters había unos trescientos ya limpios y
engrasados, con sus respectivas dotaciones. Habíamos alentado a los compañeros
de los cuadros de defensa a que fuesen adquiriendo por su cuenta cada uno una
pistola y a observar dónde, en un momento dado, podrían hacerse con armas
largas y cortas. Así y todo, era poco, muy poco. Además, podía decirse que
España empezaba más allá de Barcelona, y en ella ni se había dado cumplimiento
al acuerdo de constituir los Comités regionales de Defensa. De armas estaban
peor que nosotros.
"El eco de los pasos". Juan
García Oliver.
El 18 de julio CNT y UGT declararon la huelga general en todo España. El
levantamiento era inminente y la CNT pidió a Companys, en reiteradas ocasiones,
que abriera los cuarteles y pusiera los depósitos de armas a disposición de las
fuerzas obreras para poder hacer frente a la reacción. El presidente de la
Generalitat se negó tajantemente una y otra vez. Todo esto a pesar de que sólo
disponía de dos mil guardias mal pertrechados para enfrentarse a un ejército de
unos cinco mil militares provistos con armas de guerra. Companys temía el
triunfo del levantamiento fascita, pero mucho más temía entregar las llaves de la
ciudad condal a la revolución social anarquista de la CNT, el sindicato que
durante años se había dedicado a reprimir desde el poder.
Las sirenas de las fábricas y de los buques surtos en el puerto de
Barcelona lanzaban sus persistentes alaridos, que ponían la carne de gallina a
las tropas sublevadas contra el pueblo español y por una España nazifascista.
Grito frenético de combate para los que sabían lo que querían decir sus
ululantes requerimientos... ¡Adelante, cuadros de defensa confederal! ¡Adelante,
grupos anarquistas! ¡Adelante, juventudes libertarias y mujeres libres! ¡Una
vez más, adelante, viejos hombres de acción que del pasado solamente conserváis
los recuerdos y la pistola escondida!
Desde la radio, Companys cantaba la misma palinodia que en octubre de 1934. No
había aprendido nada. Acompañado de los jerarcas del Frente Popular, guardadas
las espaldas, clamaba pidiendo ayuda desde Radio Barcelona, instalada en el
palacio de la Generalidat. Antes, en las primeras horas de la mañana, desde el balcón
de la comisaría superior de Policía, en la Avenida Layetana, había visto pasar
a los líderes del anarcosindicalismo, a Ascaso, a Durruti, a García Oliver, con
fusiles ametralladores en la mano, acompañados de sus hermanos de grupo, Jover,
Ortiz, Aurelio, Sanz, «Valencia», en camiones repletos de militantes
confederales, fusiles en alto, banderas rojinegras al viento.
Durruti y yo acudimos al ruego de Companys que nos transmitió un teniente de
Asalto en la puerta del sindicato de la Construcción y del Comité regional.
Estaba rodeado de oficiales del ejército incorporados a puestos de mando de
Seguridad y Asalto: Escofet, los hermanos Guarner, Herrando, sargentos y cabos.
Al vernos, abriendo los brazos, exclamó: «Filis meus, gents de la CNT, avui sou
l'única esperanga de Catalunya! Oblideu-ho tot i salven les llibertats del
nostre poblé!».
Aquello era ridículo. Era demasiado olvido del pasado, de los compromisos
contraídos y no cumplidos. Curiosos nos miraban Federico Escofet, comisario de
Orden público, el comandante Guarner, el capitán Guarner, Herrando, «el del
peluquín», jefe de los guardias de Asalto de Barcelona.
Companys nos llamó para intentar capitalizar nuestra presencia como la de un
cuerpo de guardia más para su defensa.
—¿Es todo, Companys? —le dije—. Pensé que nos llamabas para darnos armas. Nos
vamos. Aquí nada se nos ha perdido.
—No, armas para daros no tengo ninguna. Solamente quería desearos mucha
suerte...
Iba a empezar un discurso y nos pareció mejor marcharnos sin decir nada más, no
fuese que a su guardia también se le ocurriese sublevarse. Después de todo,
nada importante nos diría Companys.
El 19 de julio la sublevación llegaría a Barcelona, donde, para los
militares sublevados -al mando de Llano de la Encomieda, siendo el general
Goded el máximo responsable de toda la región- el golpe no se trataba más que
de un sencillo paseo militar, como venía siendo habitual. Craso error. En
muchos puntos del país, especialmente en las calles de Barcelona, la
controvertida "gimnasia revolucionaria" anarcosindicalista
practicada a lo largo de todo el gobierno republicano iba a dar sus frutos.
Cuando los militares empezaron la preparación de su golpe de Estado, en el
Comité de Defensa confederal de Barcelona les llevábamos una ventaja de casi un
año y medio en el estudio de los planes para contrarrestar la sublevación
militar. El Comité de Defensa confederal existía desde los primeros días de la
República. Los Cuadros de Defensa confederal también. Pero nuestro aparato
combatiente se preparaba para luchas revolucionarias en las que nosotros
tendríamos la iniciativa.
[...]
Nuestra preparación era superior a la simplona previsión de los militares que
habían de sublevarse. Pensaban que todo sería como siempre: redoble de
tambores, colocación en las paredes del bando declarando el estado de guerra y
regreso a los cuarteles a dormir tranquilos. A lo sumo, como ocurrió con los
escamots de Dencás y Badía en octubre de 1934, con algunos tiros, muchas
corridas, y a casita. Porque, ¿quién iba a poder con el ejército?
En las horas previas al golpe en Barcelona, la ciudadanía, espectante y a
la espera de que se anunciara el levantamiento, se mantenía pegada a la radio
que iba informando sobre la situación del conflicto en los distintos puntos del
país.
Las calles permanecían vacías y, a medida que avanzaba la noche, la militancia
confederal fue levantando barricadas y tomando posiciones en cada esquina de la
ciudad. El anarcosindicalismo se impuso desde las primeras horas.
.
La estrategia militar estaba clara: envolver la ciudad con las tropas y
avanzar hacia la plaza de Cataluña por las arteiras principales de la ciudad:
la Diagonal, la Gran Vía y el Paralelo.
Alrededor de las 4 de la madrugada del 19 de julio las tropas nacionales
abrieron las puertas de los cuarteles. Las tropas se habían lanzado a la calle
y acampado en las Plazas de España, Universidad y Cataluña, a la vez que
ocupaban los principales edificios, como el Hotel Colón, el Ritz y la
Telefónica y la sección del puerto desde Correos y Telégrafos hasta el
Paralelo.
Se informó de lo acontecido y al poco tiempo las sirenas, llamando al combate,
dieron la señal de alarma por toda la ciudad.
Por la calle Pedro IV, el Arco del Triunfo, la Ronda de San Pedro, Plaza
Urquinaona, Vía Layetana, fusiles en alto, banderas rojinegras desplegadas y
vivas a la revolución, llegamos al edificio del Comité regional de la CNT, en
la calle Mercaders, frente al caserón de la Dirección general de Orden público,
con sus guardias de Asalto aglomerados en la puerta y la acera.
[...]
Companys, refugiado desde las primeras horas del día en la Dirección general de
Orden público, rodeado del capitán Escofet, del comandante Guarner, del capitán
Guarner y del teniente coronel Herrando y no menos de un centenar de guardias
de Asalto, no parecía muy animado a salir a la calle a pegar tiros. Como en
octubre, se reservaba para la radio y para enterarse de cómo se hacían matar
los demás y, en todo caso, también como en octubre, para rendirse.
Los miembros de los Comités de Defensa empezaron a llamarse y a ser
conocidos como «los milicianos». Sin transición alguna, los cuadros de defensa
se transformaron en Milicias Populares. La estructura primaria de los cuadros
de defensa había previsto su ampliación y crecimiento mediante la incorporación
de cuadros secundarios. Bastó con dar cabida en ellos a los millares de
trabajadores voluntarios que se sumaron a la lucha contra el fascismo. Hombres
y mujeres se lanzaron a las calles, pero seguían faltando las armas.
En la calle Fernando, no serían todavía las siete de la mañana del día 19
de julio, un grupo de obreros acababa de asaltar una armería, en la que
solamente encontraron escopetas de caza. Joaquín Cortés, conocido militante confederal,
bastante reformista y signatario del manifiesto de los Treinta, estaba
ensayando un puñado de cartuchos de caza en su escopeta de dos cañones. Se rió
al vernos y no pude evitar decirle que, si en vez de ser «treintista» fuese
«faísta», en vez de una escopeta de caza tendría un fusil ametrallador. Nos
reímos todos. Cortés se incorporó a nuestra pequeña columna, en dirección a la
plaza del Teatro, donde habíamos decidido fijar nuestro puesto de mando.
[...]
Los militares, en derrota, se fueron replegando a los pisos del edificio en
cuya parte baja funcionaba el music hall Moulin Rouge. Trepando por las
escaleras de las casas de enfrente, al otro lado del Paralelo, desde las
azoteas y desde dos ángulos de tiro, arrasamos los balcones del último piso,
hasta que atado a la punta de un fusil apareció un trapo blanco en señal de
rendición. Con toda cautela nos aproximamos, pegados a las paredes, hasta
llegar al amplio portal de la casa. Allí estaban unos seis oficiales, en
camisa, sucios de polvo, los puños cerrados a lo largo del cuerpo, mirando al
suelo, ceñudos, firmes, casi pisando con las puntas de los pies. Seguramente
esperaban ser fusilados en el acto.
—¿Qué hacemos con ellos? —preguntó Ascaso.
—Que Ortiz los lleve al sindicato de la Madera, a la calle del Rosal, y que los
tengan presos hasta que termine la lucha.
Con el conflicto prácticamente resuelto en favor de la CNT-FAI, sin apenas
dar crédito a sus ojos, el general Goded tuvo que rendirse pero, apesar de
haber sido anunciada su reindición por la radio de la ciudad, algunas tropas
sublevadas decidieron no entregarse.
A las once de la noche del mismo día, un grupo de militares sublevados
resisitían encerrados tras las puertas del cuartel de San Andrés. Entre otras
cosas, el cuartel albergaba treinta mil fusiles en su interior. Con la
contienda ya decidida, a los combatientes anarcosindicalistas no les supuso
mucho esfuerzo reducir a los militares y hacerse con el arsenal.
A partir de este momento podía considerarse que el poder en Barcelona había
cambiado de manos. Ahora el control no lo tenía ni el gobierno de la
Generalitat, ni la República española, lo tenía la CNT.
El mismo día 20 fue asaltado el último bastión, Atarazanas, ante cuyos
muros murió Francisco Ascaso. Los anarcosindicalistas hicieron cuestión
personal del asalto a la fortaleza y rechazaron toda ayuda extraña. Atarazanas
cayó el mismo día.
En treinta y tres horas la clase trabajadora había sofocado el
levantamiento fascista. La victoria fue ampliamente celebrada en la ciudad
condal. Al mismo tiempo, el pueblo, que se había apoderado de las armas, se
lanzó a la revolución social con el binomio CNT-FAI a la cabeza.
Grupos armados se desplazaron a toda la región y Tarragona, Gerona y Lérida
siguieron la suerte de Barcelona. La CNT y la FAI quedaron dueñas absolutas de
la vida de Cataluña.
El ciclo insurreccionalista experimentado en los años 1932 a 1934 cobró nuevo
sentido ante los ojos del sector más crítico. La "gimnasia
revolucionaria", con su cohorte de muertes y persecuiones adquirió una
significación más profunda: en el fracaso sistemático, los cuadros
anarcosindicalistas templaron sus armas y cuando llegó el momento favorable, su
capacidad de reacción fue fulminante, y no menor su capacidad de iniciativa e
improvisación.
Mientras tanto, el 19 de julio había dimitido el gobierno de Casares Quiroga.
Hubo un gobierno relampago encabezado por Martínez Barrios, que trató
inutilmente de parar el golpe, al cual le reemplazó Jose Giral. El gobierno
republicano pasó a decretar el licenciamiento del ejército, pero por entonces
ya se luchaba en todo España. La guerra civil había comenzado y el gobierno
republicano era naufrago en el océano de los acontecimientos.
Los sectores populares acusaban al gobierno republicano de lenidad y lo
consideraban responsable de los acontecimientos. No se le perdonaba haberse
negado a armar al pueblo, así como las proclamaciones retóricas, siempre vacías
de efectividad. Al mismo tiempo, las milicias de la Confederación se
convirtieron en la vanguardia de todas las unidades armadas que se desplazaban
en busca del enemigo fascista. Eran la organización armada del proletariado
revolucionario y fueron imitados por el resto de organizaciones obreras, e
incluso las de origen burgués. Ante la ausencia de un ejército proletario único
surgieron tantas milicias como partidos y organizaciones existían.
A las cuarenta y ocho horas del alzamiento el país se hallaba dividido en dos
zonas: en general, las provincias agrarias, Galicia, Castilla, León, Aragón,
Navarra y Andalucia, quedaban en poder de los nacionales; mientras Cataluña,
Levante, Asturias, Pais Vasco y Madrid bajo el dominio de la República.
En Madrid, las organizaciones obreras dominaron la situación desde los primeros
instantes y consiguieron vencer también la amenaza representada por el cinturón
que rodeaba la capital, Alcalá, Toledo y Guadalajara.
En el resto del país, a medida que en las provincias las guarniciones militares
se incorporaban al alzamiento o eran derrotadas por los trabajadores armados,
el estado se iba despedazando enfragmentos. Esta facultades del poder ejecutivo
las recogió el pueblo en la calle, creando espontaneamente entidades de
recambio. Como dijo un anónimo militante anarcosindicalista:
"Esos órganos de la revolución han traido como consecuencias, en todas
las provincias de España dominadas por nosotros, la desaparición de los
delegados gubernativos, porque éstos no tenían nada más que hacer que obedecer
los acuerdos de los Comités ejecutivos. En otros órdenes, las dipiutaciones y
los ayuntamientos han quedado convertidos en esqueletos a los cuales se les
escapó la vida, porque toda la vida concerniente a esos organismos de
administración del viejo régimen burgués fue sustituida por la vitalidad
revolucionaria de los sindicatos obreros."
Volviendo a Barcelona, ya finalizada la contienda, Companys solicitó una
entrevista con una delegación del comité regional de la CNT. Armados hasta los
dientes, y aún cubiertos del polvo producto de la contienda en la calle, una
delegación de la CNT-FAI compuesta por Durruti, García Oliver y Gregorio Jover,
entre otros, se dirigió al Palacio de la Generalitat de Cataluña para
entrevistarse con Companys, presidente de la Generalitat, antiguo abogado de la
CNT y su posterior perseguidor.
En un salón contiguo al despacho, esperaban representantes de todos los grupos
políticos de Cataluña el veredicto del anarcosindicalismo. Pero la delegación
no podía llegar a un acuerdo sin consultar previamente a los sindicatos. Toda
la militancia confederal de Barcelona y de la región esperaba impaciente la
llegada de los delegados para que se les informara y así poder tomar una
decisión.
Esto fue lo que les dijo Companys:
Ante todo, he de deciros que la CNT y la FAI no han sido nunca tratadas
como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis sido perseguidos
duramente; y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas que
antes estuve con vosotros, después me he visto obligado a enfrentarme y
perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo
vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal
que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los pocos o
muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mozos.
No puedo, pues, sabiendo cómo y quienes sois, emplear un lenguaje que no sea de
gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me
necesitáis o no me queréis como Presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo
pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el
contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese dejado ante el
fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi
prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi prestigio en la
ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar
conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy
muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche
a la cabeza de los países más adelantados en materia social.
Tras la reunión, y a propuesta de Companys, el 21 de julio se constituyó un
Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña -integrado por todas las
fuerzas del Frente Popular- de carácter provisional, a la espera de lo que la
regional de la CNT acordara en su próximo comicio. Con vistas a tratar este
asunto, el 23 de julio tuvo lugar un pleno regional de locales y comarcales en
la nueva sede del comité regional CNT-FAI de Cataluña, que había pasado a
ocupar la Casa Cambó.
En un amplio y profundo escenario estaban la mesa de presidir los debates y
dos mesas para secretarios y periodistas de nuestra prensa; más dos largas
hileras de sillas adosadas a las paredes laterales, en una de las cuales
apareció un delegado del Comité nacional, que acababa de llegar, para informar
al Pleno. En general, todos los compañeros asistentes, hasta el delegado del
Comité nacional, tenían el fusil entre las piernas.
"El eco de los pasos". Juan
García Oliver.
Por la trascendencia de los acuerdos que en éste comicio se debían tomar,
este sería hasta ahora, posiblemente, el pleno más importante que haya a
celebrado la Confederación Nacional del Trabajo.
El Comité Central de
Milicias Antifascistas
Iniciado el pleno regional de locales y comarcales, se pasó consulta a la
militancia respecto a la posibilidad de entrar a formar parte del recién constituido
Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (lo contrario sería su
disolución), que estaría integrado no solo por la CNT-FAI, sino también por
todas las organizaciones que apoyaban al gobierno republicano.
La Comarcal del Bajo Llobregat, que entendía que con el Comité de Milicias
taponaría la marcha de la revolución social, proponía marchar adelante con la
revolución, para terminar implantando el comunismo libertario, consecuentes en
ello con los acuerdos de la Organización y con sus principios y finalidades
ideológicas.
García Oliver argumentó que la marcha revolucionaria estaba adquiriendo tal
profundidad que obligaba a la CNT a tener muy en cuenta que por ser la pieza
mayoritaria del complejo revolucionario, no podía dejar la revolución sin
control y sin guía, porque ello crearía un gran vacío, que, al igual que en
Rusia en 1917, sería aprovechado por los marxistas de todas las tendencias para
hacerse con la dirección revolucionaria aplastando al anarquismo. Había llegado
el momento de que, con toda responsabilidad, se terminara lo empezado el 18 de
julio, desechando el Comité de Milicias y forzando los acontecimientos de
manera que, por primera vez en la historia, los sindicatos anarcosindicalistas fueran a por el todo, esto es, a organizar la vida comunista libertaria en
todo España.
Un amplio sector se opuso a lo expuesto por Oliver, entre los más
destacados, Diego Abad de Santillán (quien dijo que las potencias extranjeras
jamás consentirían la implantación de la anarquía en el país), Marianet y
Federica Montseny. Esta última llegó a acusarle de querer instaurar una
dictadura anarquista (absurda contradicción). Montseny ceía que, sin necesidad
de forzar los acontecimientos, la vía revolucionaria estaba abierta y que el
pueblo en armas haría el resto. Oliver tomó de nuevo la palabra:
"En momentos tan serios y decisivos, convendría elevar el contenido
del debate, porque la revolución iniciada el 18 de julio era conducida o
terminaría por ser traicionada. Y sería traicionada si en un Pleno llamado a
trazar los destinos de nuestra Organización, mayoritaria en Cataluña y en gran
parte de España, empequeñecemos el debate con argumentaciones de un sedicente
anarquismo. No podemos marcharnos tranquilamente a nuestras casas después de
que terminen las tareas del Pleno. No importa lo que el Pleno acuerde, ya no
podremos dormir tranquilos en mucho tiempo, pues si nosotros, que somos
mayoritarios, no le damos una dirección a la revolución, otros, que todavía hoy
son minoritarios, con sus artes y mañas de corrupción y eliminación, sacarán
del vacío en que habremos dejado a las masas, y pronto la alegría que llena de
gozo a Federica será sustituida por la tristeza y el dolor que hubieron de
vivir los anarquistas rusos, que así de ingenuamente se dejaron eliminar por
los bolcheviques."
[...]
"De todos los tipos de dictadura conocidos, ninguna ha sido todavía
ejercida por la acción conjunta de los sindicatos obreros. Y si estos
sindicatos obreros son de orientación anarquista y sus militantes han sido
formados en una moral anarquista como nosotros, presuponer que incurriríamos en
las mismas acciones que los marxistas, por ejemplo, es tanto como afirmar que
el anarquismo y el marxismo son fundamentalmente la misma ideología puesto que
producen idénticos frutos. No admito tal simplicidad. Y afirmo que el
sindicalismo, en España y en el mundo entero, está urgido de un acto de
afirmación de sus valores constructivos ante la historia de la humanidad,
porque sin esa demostración de capacidad de edificación de un socialismo libre,
el porvenir seguiría siendo patrimonio de las formas políticas surgidas en la
revolución francesa, con la pluralidad de partidos al empezar y con partido único
al final."
[...]
"El miedo a la intervención extranjera no debería ser esgrimido en ese
momento, porque aquí, según estoy viendo, estamos todos armados, y si de verdad
hemos luchado todos en las calles los días 18, 19 y 20, hemos de tener presente
que estamos hablando con permiso del enterrador, cosa que pura su desdicha ya
no pueden hacer Ascaso ni Alcodori ni ninguno de los compañeros que dieron su
vida esos tres días. Es decir, que no deberíamos olvidar que estamos hablando
desde un enorme sepulcro, que eso ha sido la CNT desde que se constituyó, un
enorme sepulcro, dentro del cual están, en terrible anonimato para la mayoría,
todos los ilusos que creyeron que sus luchas eran las de la gran revolución
social. Porque alguien debe hablar en nombre de ellos. Y creo que este deber me
corresponde..."
Juan García Oliver, junto con la Comarcal del Bajo Llobregat, fueron los
únicos que defendieron ir a por el todo. En su lugar, el pleno prefirió la colaboracióna con los demás sectores de
izquierda (todos minoritarios), renuciando así a usufructuar el poder político
en Cataluña. Por lo tanto, se acordó adherirse al comité de milicias -que ya
había sido formado provisionalmente- y eligió como miembros a G. Oliver, Marcos
Alcón (sustituto de Durruti), José Asens, Aurelio Fernández y Diego Abad de
Santillán.
Al día siguiente, el 24 de julio, La Columna Durruti, formada por unos 2.500
milicianos, salió de Barcelona y se dirigió directamente hacia Zaragoza, con el
objetivo de liberar la ciudad del yugo fascista y así extender la revolución
social.
De cualquier manera, con el Comité Central de Milicias Antifascistas ya en
marcha, Companys pasó a ser un mero espectador de la vida política de Cataluña.
Y, aunque no se había aprobado ir a por el todo, el hecho es que la clase
trabajadora catalana, impaciente, se lanzó a la colectivización de las tierras
y de los medios de producción.
Los Comités
Revolucionarios y las colectivizaciones agrarias
En Cataluña, con la desintegración del Estado, los trabajadores, los
manuales en particular, que habían desempeñado un papel decisivo en la
obtención de la victoria sobre los sublevados, fueron quienes obtuvieron la
victoria política e iniciaron una amplia y profunda transformación
revolucionaria de la sociedad catalana. Dicha transformación, basada en los
planteamientos anarquistas y anarcosindicalistas de la CNT-FAI, al ser esta
organización la que contaba con una influencia mayoritaria entre los
trabajadores, trató, y en parte consiguió llevar a la práctica, los principios
del socialismo libertario en una sociedad industrializada, dando lugar a una
experiencia original, única en el mundo, alejada tanto del capitalismo como del
socialismo de estado.
Respecto a los cuadros de defensa confederales, hubo una doble
transformación de éstos: la de las Milicias Populares, que definieron en los
primeros días el frente de Aragón, instaurando la colectivización de las
tierras en los pueblos aragoneses liberados; y la de lo Comités
Revolucionarios, que en cada barrio de Barcelona, y en cada pueblo de Cataluña,
impusieron un «nuevo orden revolucionario». Su origen común en los cuadros de
defensa hizo que milicias confederales y Comités Revolucionarios estuviesen
siempre muy unidos e interrelacionados.
En dos meses, el Comité Central de Milicias Antifascistas había organizado a
20.000 milicianos que se repartían en un frente de 300 kilómetros.
Los Comités de Defensa de cada barrio (o pueblo) se constituyeron en Comités
Revolucionarios de barriada (o localidad), tomando una gran variedad de
denominaciones. Esos Comités Revolucionarios de barrio, en la ciudad de
Barcelona, eran casi exclusivamente cenetistas. Los Comités Revolucionarios
locales, por el contrario, solían formarse mediante la incorporación de todas
las organizaciones obreras y antifascistas, imitando la composición del Comité
Central de Milicias Antifascistas.
Esos Comités Revolucionarios ejercieron, en cada barriada o localidad, sobre
todo en las nueve semanas posteriores al 19 de Julio, estas funciones:
1. Incautaron edificios
para instalar la sede del Comité, de un almacén de abastos, de un ateneo o de
una escuela racionalista. Incautaron y sostuvieron hospitales y diarios.
2. Pesquisas armadas en las
casas particulares para requisar alimentos, dinero y objetos de valor.
3. Pesquisa armada en las
casas particulares para detener «pacos», emboscados, curas, derechistas y
quintacolumnistas. (Recordemos que el «paqueo» de los francotiradores, en la
ciudad de Barcelona, duró toda una semana).
4. Instalaron en cada
barrio centros de reclutamiento para las Milicias, que armaron, financiaron,
abastecieron y pagaron (hasta finales de agosto) con sus propios medios,
manteniendo hasta después de mayo del 37 una intensa y continuada relación de
cada barriada con sus milicianos en el frente, acogiéndolos durante los
permisos.
5. A la custodia de las
armas, en la sede del Comité de Defensa, se sumaba siempre un local o almacén
en el que se instalaba el comité de abastos de la barriada, que se abastecía
con las requisas de alimentos realizados en las zonas rurales mediante la
coacción armada, el intercambio, o la compra mediante vales.
6. Imposición y recaudación
del impuesto revolucionario en cada barrio o localidad.
El comité de abastos instalaba un comedor popular, que inicialmente fue
gratuito, pero que con el paso de los meses, ante la escasez y encarecimiento
de los productos alimenticios, tuvo que implantar un sistema de bonos
subvencionado por el Comité Revolucionario de barrio o localidad. En la sede
del Comité de Defensa había siempre un habitáculo para la custodia de las armas
y en ocasiones una pequeña prisión en la que instalar provisionalmente a los
detenidos.
Los Comités Revolucionarios ejercían una importante tarea administrativa, muy
variada, que iba desde la emisión de vales, bonos de comida, emisión de
salvoconductos, pases, formación de cooperativas, celebración de bodas,
abastecimiento y mantenimiento de hospitales, hasta la incautación de
alimentos, muebles y edificios, financiación de escuelas racionalistas y
ateneos gestionados por las Juventudes Libertarias, pagos a milicianos o sus
familiares, etc.
La coordinación de los Comités Revolucionarios de barriada se hacía en las
reuniones del Comité Regional, a donde acudían los secretarios de cada uno de
los Comités de Defensa de barriada. Existía, además de forma permanente, el
Comité de Defensa Confederal, instalado en la Casa CNT-FAI.
Catalunya contaba por aquel entonces con una población de 2.791.000
habitantes, de los que 1.005.000 vivían en la ciudad de Barcelona. El 54% de la
población activa catalana trabajaba en la industria, porcentaje que en la
provincia de Barcelona se elevaba al 68%.
En el campo catalán la pequeña propiedad agraria coexistía con la mediana y
gran propiedad, que era explotada en régimen de aparcería. Los aparceros, que
constituían la mayoría de la población campesina, habían mantenido ya desde
antes de 1936 importantes luchas reivindicativas para mejorar las condiciones
de sus contratos y aspiraban, por lo general, a convertirse en propietarios de
las tierras que cultivaban.
En el sector agrario, el predominio sindical correspondía a la UR (Unió de
Rabassaires), siendo la presencia de la CNT escasa. En este sector jugaron un
destacado papel los sindicatos agrícolas –una especie de cooperativas– a los
que obligatoriamente debían pertenecer todas las explotaciones. Estos
sindicatos, controlados por la UR y con una considerable presencia de la UGT,
constituyeron un importante freno para el desarrollo de las colectividades.
Todo ello llevó a que la colectivización del campo fuese relativamente
limitada. Con todo, se crearon más de 400 colectividades agrarias constituidas,
básicamente, con las fincas expropiadas a los grandes propietarios y a los
elementos facciosos y con las aportaciones de los pequeños propietarios que se
adhirieron a ellas.
La experiencia colectivista desarrollada en Catalunya contó con el firme apoyo
de la inmensa mayoría de los trabajadores manuales, y así lo demuestra entre
otras cosas, la defensa que realizaron de las conquistas colectivistas cuando
se vieron amenazadas y el bajo nivel de absentismo laboral. Además, puso en
evidencia la enorme capacidad creativa, organizativa y productiva de los
trabajadores cuando las empresas se hallan en sus manos y son ellos quienes
deciden.
Esta experiencia alcanzó, en términos generales, unos resultados claramente
positivos en el aspecto económico –incluso numerosos empresarios lo
reconocieron– y social.
La experiencia colectivista que se desarrolló en Catalunya entre julio de 1936
y enero de 1939, a pesar de que no pudo alcanzar plenamente sus objetivos
debido a los condicionamientos y dificultades con que tuvo que enfrentarse,
constituye una de las transformaciones más radicales del siglo XX.
Transformación que afectó todos los aspectos de la vida política, económica,
social y cultural, y aun cuando forma parte de la revolución española, posee
unas características propias y específicas, en parte distintas de las de otras
zonas de la España republicana.
La colectivización en la
industria y los servicios
Sofocada la rebelión, al reanudarse la actividad productiva y habiendo los
dueños abandonado sus empresas –en unos casos–, o no atreviéndose a imponer su
autoridad al carecer de la fuerza coercitiva del Estado –en otros–, los
trabajadores procedieron, inmediatamente y por propia iniciativa, a la puesta
en marcha del proceso colectivizador, tomando directamente en sus manos el
control y la dirección de la mayor parte de las empresas; cabe destacar que
todo ello lo realizaron de forma espontánea.
El carácter espontáneo de la colectivización significa que ésta no se llevó a
cabo siguiendo las consignas, instrucciones o directrices de algún órgano de
dirección estatal o de algún partido o sindicato, sino a partir de la decisión
de los propios trabajadores. Éstos, por medio de sus organizaciones de fábrica
y ramo, pusieron en práctica las ideas y concepciones que tenían respecto a
como debía organizarse y funcionar la sociedad en general y la actividad
económica en particular; siendo dichas ideas, en gran parte, fruto de la
formación y propaganda libertaria desarrolladas durante los decenios anteriores
por medio de los ateneos, sindicatos, cooperativas, etc.
La colectivización de la empresa significaba que su propiedad pasaba de
privada a pública y que eran sus propios trabajadores quienes la dirigían y
gestionaban. Pero para los colectivistas ello no constituía más que el inicio
de un proceso más amplio, el de la colectivización-socialización, el cual a
partir de la colectivización de las empresas debía, y así sucedió parcialmente,
ir avanzando en la coordinación de la actividad económica, por ramos y
localidades y de abajo a arriba, hasta alcanzar la plena socialización de la
riqueza.
Sin embargo, muy pronto se produjo la renuncia de los órganos dirigentes de la
CNT-FAI a intentar que el proceso de colectivización-socialización pudiese
culminar su desarrollo, alegando que en aquellas circunstancias ello hubiese
representado imponer su dictadura. Esta renuncia dio lugar a enfrentamientos internos
y al progresivo abandono de sus propios presupuestos y principios.
Dicho proceso, impulsado y apoyado por la gran mayoría de los trabajadores
manuales de la industria y los servicios, se encontró con la oposición de una
parte importante de diversos sectores sociales: la pequeña burguesía, los
técnicos, los funcionarios y los trabajadores administrativos y comerciales,
que en conjunto constituían una base social importante, cuantitativa y
cualitativamente. Éstos, aun cuando mayoritariamente se posicionaron en contra
de la sublevación militar, se oponían a la alternativa colectivista, bien
porque defendían la propiedad privada de los medios de producción, bien porque
defendían la propiedad estatal de los mismos. Esta oposición que fue canalizada
y defendida por ERC, ACR, UR, PSUC y UGT, frente a la CNT, la FAI, las
Juventudes Libertarias y el POUM que apoyaban las transformaciones
colectivistas.
El proceso de transformación colectivista alcanzó una gran amplitud por lo que
respecta al primer nivel –el de la colectivización de las empresas (entre un
70% y un 80% de las empresas)–, y llegó también a un segundo nivel –el de la
constitución de agrupaciones–, en el que se detuvo al fracasar los intentos de
avanzar hacia un tercer nivel –el de la socialización global de los grupos
industriales–.
La agrupación consistía en la reunión o concentración de todas o parte de las
empresas de un sector económico y un área territorial determinada –una
localidad, una comarca, Catalunya– en una unidad económica de mayor volumen, en
régimen de propiedad colectiva y dirigida y gestionada por sus trabajadores. En
consecuencia, las empresas que pasaban a formar parte de una agrupación dejaban
de existir como tales, pasando su activo y su pasivo, así como sus
trabajadores, a la nueva unidad productiva.
Las grandes empresas colectivizadas, como los Tranvías de Barcelona
Colectivizados (transporte), la Hispano Suiza y la Rivière (metalurgia), CAMSA
(petróleo), La España Industrial (textil), Cervecerías DAMM (bebidas), etc., y
las agrupaciones como La Agrupación Colectiva de la Construcción de Barcelona,
La Madera Socializada de Barcelona, La Agrupación de los Establecimientos de
Barbería y Peluquería Colectivizados de Barcelona, Los Espectáculos Públicos de
Barcelona Socializados, Los Servicios Eléctricos Unificados de Catalunya, La
Industria de la Fundición Colectivizada, etc., constituyen las experiencias más
importantes y significativas de la colectivización de la industria y los
servicios, y al ser la agrupación la forma más compleja y elevada de
organización, hace que su análisis sea fundamental para el conocimiento de esta
experiencia y que del mismo se puedan extraer elementos importantes de la
socialización global a que aspiraba la alternativa colectivista.
En lo que se refiere a las agrupaciones, éstas presentaban entre sí una serie
de diferencias por las características del sector económico al que pertenecían
o el ámbito territorial que abarcaban. A pesar de estas diferencias, existieron
un conjunto de elementos comunes o similares, tanto en el aspecto organizativo
–semejante al de las empresas colectivizadas, aunque más complejo– como en el
económico y el social:
Organización y funcionamiento interno
·
La Asamblea General. Formada por todos los trabajadores –manuales,
administrativos, comerciales, técnicos– de la agrupación, constituía el órgano
máximo de decisión. En él se discutían y definían las líneas generales de
actuación, se elegían y en su caso revocaban los miembros de los órganos de
decisión cotidiana y se controlaba la actuación de dichos órganos.
·
El Consejo de Empresa. Era el órgano encargado de la dirección cotidiana
técnico- económica. Sus miembros percibían exclusivamente el jornal correspondiente
a su categoría profesional.
·
El Comité Sindical. Era el órgano encargado de la defensa cotidiana de los
intereses inmediatos de los trabajadores –remuneración, condiciones de trabajo,
jubilación, etc.
·
Además de estos tres órganos a nivel global de la agrupación, en cada uno
de los otros niveles de la misma –centro de trabajo, localidad, etc. – existían
también sus equivalentes, los cuales disponían de autonomía para resolver las
cuestiones que afectaban exclusivamente a su ámbito.
·
Se concedió gran importancia a la intercomunicación vertical y horizontal
en su seno y a que ésta fuese rápida y fluida.
·
En las agrupaciones legalizadas, había además el Interventor de la
Generalitat, nombrado por el «conseller» de Economía a propuesta y de acuerdo
con los trabajadores, que era el encargado de mantener la relación con los
organismos superiores –el Consejo de Economía, el «conseller» de Economía, etc.
Reestructuración y racionalización de la actividad productiva
·
Concentraron la producción en unidades de mayor volumen, eliminando centros
de trabajo.
·
Aumentaron la especialización de los centros de trabajo y la racionalidad
de la producción global del sector.
·
Elaboraron estadísticas, cuentas de explotación, etc., con la finalidad de
planificar la producción.
·
Mejoraron técnicamente y modernizaron el equipo productivo.
·
Centralizaron los servicios administrativos, contables y comerciales.
·
Suprimieron los intermediarios parasitarios, acercando la producción al
consumidor.
·
Introdujeron cambios en los tipos de productos, debido a las necesidades de
la guerra, las nuevas prioridades sociales y la importancia que dieron a los
valores éticos y estéticos.
·
Desarrollaron una política de sustitución de importaciones, utilizando con
éxito productos autóctonos y fabricando nuevos productos.
·
Promovieron la investigación ligada a la producción.
Actuación social
·
Mejoraron las condiciones de trabajo, higiene y salubridad en los centros
de trabajo.
·
Disminuyeron las diferencias salariales, llegando incluso en algunos casos
a su eliminación. Hubo también casos en que además existía un plus familiar,
fijado en función del número de personas a cargo del trabajador.
·
Crearon servicios de asistencia –médica, clínica y farmacéutica– y de
previsión social.
·
Enfermedad, accidente, parto, incapacidad laboral y jubilación–,
gestionados y controlados por los propios trabajadores.
·
Actuaron contra el paro, aumentando los puestos de trabajo y cuando ello
era insuficiente repartiendo trabajo y remuneración.
·
Realizaron importantes esfuerzos para aumentar el nivel de preparación de
los trabajadores en la triple vertiente: física, intelectual y profesional.
·
Prestaron gran atención a los intereses de los consumidores: aumentaron la
calidad de los productos y servicios, de la higiene y la sanidad –barberías,
industria láctea,...–, facilitaron el acceso a los productos y servicios, etc.
En 1936, Catalunya carecía por completo de una industria dedicada a la
fabricación de armamento, por lo que para poder disponer de material bélico se
procedió a transformar la industria civil –en especial la metalúrgica y la
química– en industria de guerra, lo que se realizó en un breve espacio de
tiempo.
Esta transformación la iniciaron los propios trabajadores inmediatamente
después del 19 de julio, designando, ya el 21 de julio, a Eugenio Vallejo, del
sindicato Metalúrgico, para coordinar la organización de dichas industrias.
El 7 de agosto la Generalitat creó la Comisión de la Industria de Guerra,
encargada del control y coordinación de estas industrias, que fue aceptada por
la CNT tras obtener una serie de garantías. En la práctica la colaboración que
se estableció entre los consejos de empresa y la Comisión, fue muy
satisfactoria. La Comisión, además de coordinar las empresas transformadas en industrias
de guerra, también creó alguna nueva empresa y estableció relaciones con las
otras que elaboraban productos auxiliares para la guerra del sector textil, de
la óptica, de la madera, etc.
En octubre de 1937 la industria de guerra contaba con más de 400 fábricas y
unos 85.000 trabajadores, fabricándose una diversa y elevada cantidad de
productos: cartuchos, pistolas, piezas de recambio para fusiles y
ametralladoras, distintos tipos de explosivos, bombas de mano y de aviación,
vehículos blindados, motores de aviación, etc.
Sin embargo, el Gobierno de la República observó siempre con recelo y boicoteó
la creación de una industria de guerra en Catalunya, al no hallarse ésta bajo
su control. Un control que no consiguió hasta el 11 de agosto de 1938, en que
decretó su militarización. A ella se opusieron tanto la Generalitat como los
trabajadores de estas industrias, lo que provocó un importante descenso de su
producción.
Dada la relativa estabilización de la situación y la necesidad de reforzar
el papel de un gobierno de la Generalitat que había ido recuperando su
influencia, el 1 de octubre de 1936 se autodisolvió el Comité Central de
Milicias Antifascistas, en beneficio exclusivo del pleno restablecimiento del
poder de la Generalitat. Los decretos firmados el 24 de octubre sobre
militarización de las Milicias a partir del 1 de noviembre, completaban el
desastroso balance del Comité Central de Milicias Antifascistas. Se pasó de
unas milicias obreras de voluntarios revolucionarios a un ejército burgués de
corte clásico, sometido al código de justicia militar monárquico, dirigido por
la Generalitat.
Ese decreto de militarización de las Milicias Populares produjo un gran
descontento entre los milicianos voluntarios. Tras largas y enconadas
discusiones, parte de los milicianos abdonaron los frentes, como fue el caso de
los varios centenares de milicianos de la Columna Durruti establecidos en el
sector de Gelsa (Zaragoza) quienes decidieron abandonar el frente en marzo de
1937 y regresar a la retaguardia. Se pactó que el relevo de los milicianos
opuestos a la militarización se efectuaría en el transcurso de quince días.
Abandonaron el frente, llevándose las armas.
Ya en Barcelona, junto con otros anarquistas (defensores de la continuidad y profundización
de la revolución de julio, y opuestos al colaboracionismo confederal con el
gobierno), los milicianos de Gelsa decidieron constituir una organización
anarquista, distinta de la FAI, la CNT o las Juventudes Libertarias, que
tuviera como misión encauzar el movimiento ácrata por la vía revolucionaria.
Así pues, la nueva Agrupación se constituyó formalmente en marzo de 1937, tras
un largo período de gestación de varios meses iniciado en octubre de 1936. La
Junta directiva fue la que decidió tomar el nombre de «Agrupación de Los Amigos
de Durruti», nombre que por una parte aludía al origen común de los
exmilicianos de la Columna Durruti, y que como bien decía Balius, no se tomó
por referencia alguna al pensamiento de Durruti, sino a su mitificación popular.
Esta oposición revolucionaria a la militarización de las Milicias Populares
se manifestó también, con mayor o menor suerte, en todas las columnas
confederales. Destacó, por su importancia fuera de Cataluña, el caso de Maroto,
condenado a muerte por su negativa a militarizar la columna que dirigía, pena
que no llegó a ejecutarse pero que le mantuvo en la cárcel. Otro caso destacado
fue el de la Columna de Hierro, que decidió en diversas ocasiones «bajar a
Valencia» para impulsar la revolución y enfrentarse a los elementos
contrarrevolucionarios de la retaguardia.
En febrero de 1937 se celebró una asamblea de columnas confederales que trató
la cuestión de la militarización. Las amenazas de no suministrar armas,
alimentos, ni soldada, a las columnas que no aceptaran la militarización,
sumada al convencimiento de que los milicianos serían integrados en otras
unidades, ya militarizadas, surtieron efecto. A muchos les parecía mejor
aceptar la militarización y adaptarla flexiblemente a la propia columna.
Finalmente, la ideología de unidad antifascista y la colaboración de la CNT-FAI
en las tareas gubernamentales, en defensa del Estado republicano, triunfaron
contra la resistencia a la militarización.
Nuevo error que el anarquismo español pagaría muy caro.